Ochenta personas han pasado al Oriente Eterno de un solo
golpe fatal. Ochenta personas han hecho un firmamento de estrellas, como esas
que señalamos a nuestros hijos para explicarles con dulzura que una de las estrellas
que ves esta noche es el abuelo, para que empiecen a hacerse a la idea de la
desaparición de un ser querido, para que sepan que el abuelo no estará más con
ellos, que no iremos más el domingo a verle, que como mucho encontraremos a la
abuela con la cara más blanca de lo habitual. “Papá, papá, ¿y por qué se viste
ahora de negro la abuela?”. Para que esos niños asimilen el concepto de la muerte, detrás de la cual considero modestamente que no encontraré nada, pero cuya cita es ineludible, se explican esos mitos y leyendas. Yo gimo por ese tren que ha decidido ser tren de
las estrellas. Gimo pero espero. Y Mayte Martín creo que también. “No pensar nunca
en la muerte y dejar irse las tardes mirando como atardece, con toda la mar de
frente, y no estar triste por nada mientras el sol se arrepiente, y morirme de
repente el día menos pensado y el temer que pienso siempre”.