martes, 11 de junio de 2013

APLOMAR EN ARQUITECTURA Y APLOMAR EN MASONERÍA


En cualquier construcción el uso de la plomada es esencial. El obrero asegura la verticalidad del edificio que erige y podrá comprobar si el progreso será alto o no. Otra herramienta par, igualmente importante para la solidez de nuestro edificio, que al fin y al cabo es uno mismo, es el nivel, que asegura que conforme sube la construcción esté bien cimentada desde la base. Así intentamos los masones cubicar nuestra piedra lo mejor que sabemos y que podemos.

Justamente esta semana me ocupo de la responsabilidad de “aplomar” a dos “profanos”. Se trata de una entrevista personal que no pasa de ser una conversación cordial y distendida en una cafetería con una aspirante a iniciarse como masón. A partir de ahí, el maestro masón, que soy yo, hará dos informes sobre lo que haya observado en las dos aplomaciones y les declarará aptos o no para que pasen de “profanos” a disponibles para ser iniciados como Aprendices. Tengo que confesar de que me da un poco de vértigo. Aunque afortunadamente haya dos maestros más que sacarán sus particulares conclusiones, me siento frágil y desconfiado: con una conversación no conoces a nadie y entre mis cualidades no está la intución.

En masonería es muy difícil entrar. Nos aseguramos de que el candidato o candidata no hayan tenido problemas delictivos y mucho menos criminales, preguntamos a otros hermanos que le puedan conocer y se establecen una serie de filtros que dejan claro cómo de alejados estamos del concepto “secta”. En esos grupúsculos que tiranizan tu vida te reciben con los brazos abiertos en un delicado momento de tu vida, es muy fácil entrar y, cuando te das cuenta de lo dependiente que te han hecho, resulta tremendamente complicado escapar. Sin embargo, en masonería enseguida te fascinas y te quedas o te dejas llevar la indiferencia y día dejas de venir. Es una cuestión de libertades. Más que nada para que la gente conozca nuestro carácter.

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