domingo, 1 de diciembre de 2013

NO SÉ CÓMO ESCRIBIRTE HERMANO

Tú me lo confesaste entonces, cuando se sabía lo que tenía. Yo lo leí porque me lo pasó mi hermana en la cama del hospital, pero no sabía si era yo u otro. Mi exceso de vanidad me frenaba. Fui cobarde y no tuve el coraje de preguntarte si era yo. No fui mezquino, pero sí fui desagradecido con el paso del tiempo cuando seguía sin llamarte para saber a quién te dirigías. Créeme. Todavía me queda algo de sentimiento de culpa. Sé que es nocivo, pero lo tengo clavado.

Querido Hermano, hoy tampoco sé cómo escribirte porque no conozco el alcance de lo tuyo. Pero tú sabes dónde está, en tu columna. De momento le tienes ahí durmiendo, esperando a que no despierte, a que no haya que extirpar nada. La falta de paciencia profana siempre aconseja matar las moscas a cañonazos, pero la paciencia experta nos proporciona una taza de espera todas las mañanas. Así que conócete, explórate, agárrate a tus símbolos y déjate querer, pero no imponer porque el exceso de amor honesto asfixia.

Los sabios son los que sabrán mostrarte el camino, y tú en tu debilidad e ignorancia les deberás seguir. No temas, déjate llevar y liberarte. Sólo entonces sabré cómo escribirte. Mientras tanto, me regocijaré mirando la columna que nos sostiene a ti y a mí, que nos estructura a todos, donde cada vértebra tiene su función y se hace absolutamente imprescindible para que ese organismo vivo pueda caminar.

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